28 de marzo de 2014

Adiós a la salud mental

por Félix Chiaramonte

Oscar Masotta, en una conferencia en Barcelona, en 1976, habla de una tendencia polémica contemporánea inaugurada en Inglaterra: “los antipsiquiatras reprocharon a
los psiquiatras el manipuleo del enfermo, la complicidad que había comenzado ya antes
del ingreso del enfermo al hospital, no comprender que la enfermedad mental es una
propiedad del grupo social en su conjunto y que el enfermo mental no es sino lo que micro y macro grupos han hecho de él. Para la psiquiatría el concepto de personalidad es
normativo y curar significa reingresar el enfermo a la norma que, casualmente - señalan con razón los antipsiquiatras- fue el origen de la enfermedad”.
Y asimismo plantea el problema que tiene la antipsiquiatría al deslizarse hacia posiciones sólo más identificadas con el “loco”.

Actualmente una Ley nacional de salud mental en la Argentina de 2010, reglamentada en este 2013, viene a plantearnos, con la contradictoria corrección política del progresismo, la nueva vieja cuestión del poder médico sobre el paciente así como los temas propios de la vigencia de los derechos humanos. ¿Hasta qué punto existe una coincidencia entre esta Ley, esas referencias de la antipsiquiatría, la crítica a la psiquiatría y el lugar singular
del psicoanálisis?


Es cierto que limitar las internaciones compulsivas, criticar un sistema que no previene ni cura el sufrimiento psíquico (ninguno lo hará), o generar controles legales proponiendo dispositivos abiertos y articulados son objetivos más interesantes que perpetuar una legalidad que se presta a cualquier arbitrio. La ley de salud mental 26657 busca poner un límite a los que comercian con las cápitas que reportan los asistidos internados en clínicas.

Mencionar como padecimientos mentales a lo que antes eran enfermedades  mentales, sustituir el vocablo peligro por la noción de riesgo cierto e inminente, nombrar
un abogado defensor en el caso de internaciones involuntarias, todas son indicaciones que la Ley conlleva. Decir loco es mala palabra para el texto de una Ley y al mismo tiempo es utilizado coloquialmente en el idioma de Buenos Aires para designar a cualquier otro. Lo involuntario de una internación implica un derecho conculcado, respecto del “pleno goce de los derechos humanos de aquellas (personas) con padecimiento mental”.

¿Se eliminarán las malas palabras y entonces disminuirán las segregaciones?
Llevar todos los servicios de internación monovalentes a los hospitales generales, con
sus agregados y presupuestos asignados pero no cumplidos, ¿derivará en una integración
social?
No parece tan ingenuo el psicólogo Gorbacz, autor de la Ley, quien se plantea que la
misma es un instrumento, hablando de eficacia y utilidad, que en manos de los
trabajadores de la salud mental y de ciudadanos activos, pueden hacer algo con
ella… Sin embargo persisten las dudas acerca de su implementación. ¿Cómo
afectará los cuerpos, las conductas, los goces? ¿Cuáles serán las consecuencias sobre
las prácticas profesionales de las disciplinas que deberán disciplinarse en la interdisciplina?
En la época del Otro que no existe, el legislador sabe que no se trata de una Ley como
un objetivo en si misma.
Una ley votada por un Congreso, no deja de implicar intereses cruzados de colectivos profesionales, corporaciones empresarias, laboratorios farmacéuticos y mezquindades por los “cargos  políticos””, que pugnan por “cuidar nuestra salud mental”.
Como así también incumbe a las instituciones de la salud, su ideología y sus prácticas
políticas.
Ahora bien, ¿cómo cuestionar o pedir a algún funcionario nacional, provincial o
municipal la información de cuánto dinero gasta en su presupuesto para la atención
de las enfermedades mentales? hasta el mismo Gorbacz cuestiona a las reparticiones públicas que no modifican positivamente esa realidad, ya que no se registra
desde su sanción legislativa un cambio concreto en la asignación de fondos.


Resulta siempre muy llamativo que se sostenga la evaluación contable sobre las practicas terapéuticas, no solamente desde el Estado, sino por las obras sociales, las empresas
médicas prepagas, y toda la "seguridad social" que regulan de manera patronal las
cantidades de sesiones, sin que los practicantes de esas "terapias" cuestionen la
incidencia de esas "economías" en cada dispositivo de la "salud mental". Un analista no será un observador por fuera de las practicas institucionales, ni tampoco un conservador
atado a sus rutinas, ni un revolucionario que disfrace al nuevo amo de turno. Tal vez pueda orientarse mejor por lo subversivo del análisis, que no encasilla angustias, y que se
propone dar respuestas singulares frente a la generalización del autismo, la adicción y la depresión.

Es claro que hay un cuestionamiento antipsiquiátrico que hace el psicoanálisis y que
proporciona una teoría y clínica que aquellos no tienen: es lo que destaca Masotta: “el
descentramiento del sujeto operado por el inconsciente de los psicoanalistas, no sólo
alcanza al paciente sino al estatuto del Saber médico en tanto tal.” Y sabemos que
solamente en nuestra práctica analítica se constituye una experiencia, en transferencia,
para disolver esta última hacia el final, para no ejercer el poder de la sugestión y poner
la palabra al poder.

De una manera sencilla y condensada, para sumar al debate, Germán García define
lo siguiente, -en un reportaje de Estrategias, revista de docencia e investigación del
Hospital Rossi de La Plata-: “es difícil comprometer al psicoanálisis en la realización
de un objetivo previo (integración familiar, laboral y comunitaria). El psicoanálisis,
como sabemos, se presta a la “realización” de un sujeto cuya singularidad no supone la
congruencia con objetivos sociales.” Finalmente comenta “No sabemos si el hecho de
que no sea nombrado (el psicoanálisis, en la Ley de salud mental) es un acto de
sabiduría jurídica”.

Debate terminable e interminable. Confluencia y divergencia de ideales,  lenguajes y goces. Que se dé un lugar a la palabra del sujeto del inconsciente, aún cuando
no encaje en ninguna uniformidad, es la apuesta analítica a una experiencia
puntual, constante e imprevisible.


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'una leyenda en el cruce de los saberes'/ Edit. C I